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viernes, 2 de febrero de 2007
La Tierra por Teresa de Jesús

La Tierra

Eran los primeros días del universo y astros y planetas lucían nuevos, brillantes, sedosos y delicados. Por todas partes se podían ver estrellas y soles con sus atuendos azules, amarillos y rosados, maravillándose los unos de la belleza de los otros y amándose entre sí.

Por esos días el tiempo era nada más que un corderillo de ojos asombrados, y la muerte una niña que se chupaba el dedo. El tiempo aún no andaba por ahí torciéndoles la nariz a los días ni asustando a las primaveras con sus estallidos de cólera. Siendo el tiempo tan pequeño ¡quién se iba a ocupar de la muerte! Ella, por entonces, no sabía nada de números, no entendía de fechas ni de plazos, y las guadañas le eran desconocidas. Tiempo y muerte solían sentarse a la orilla de las aguas a mirar los peces saltarines. Así eran los primeros días cuando el universo era nuevo.

El Señor se aparecía por ahí de tanto en tanto, echaba un vistazo y escuchaba la sinfonía del cosmos. Estaba contento con la creación y su alegría se manifestaba por doquier, tanto en los soles como en las gotas de agua. Tan contento estaba con todo lo creado, que quiso crearse a Sí mismo e hizo su obra maestra con tierra, agua y con Su espíritu. En medio de esta ingente tarea se levantó el hombre en el sueño de Dios. Maravillado con tanta belleza, no tardó en hallarse vagando caminos desconocidos. Un día, por mera casualidad tronchó una flor y al instante la muerte empezó a crecer, aprendió los números, las edades y los dolores; con la cuerda de su cinturón ató el final de todos los caminos.

El hombre aprendió su cansancio, el cansancio llamó al sueño, el sueño llamó a la noche y la noche llamó al tiempo. El tiempo tuvo que crecer también, llenarse de días y de años, empezar a correr, establecer relojes. Al ritmo de su propio paso aprendió a mordernos los talones.

Con la muerte aguijoneándolo y corriendo con el tiempo, el hombre aprendió a tener sed, frío, hambre y gran tristeza. Mató para comer; cavó la tierra; desgajó árboles y mordió sus frutos; aprisionó el fuego y se alzó en medio del mundo.

Los animales aprendieron a huirle y las enfermedades a acecharle.

La tierra sintió muy pronto que el hombre, ese éxtasis de Dios, la destruiría. Y decidió acudir al Señor en busca de ayuda.

- Señor, Señor, clamó la tierra.

Desde una estrella muy lejana llegó la voz de Dios llenando todo el ámbito de un dulce resplandor.

- A los gamos diste agilidad, Señor, y a los grandes animales su fuerza; al sol pusiste a distancia y a los pequeños seres diste su escondite. Pero yo no puedo huir, y el hombre me aniquila. ¿Por qué me hiciste indefensa?

Un silencio de amor se esparció sobre la tierra. Todo lo que en ella habitaba sintió el calor de un aliento profundamente conocido y ausente como un anhelo...

Era la voz de Dios consolando a la tierra.

- Esta será tu defensa: Todo daño que el hombre te inflija se volverá contra él. Todo bien que te haga, a él retornará.

La tierra suspiró con dulzura, y los vientos acunaron su sueño. Toda la noche cayó luz de estrellas sobre la tierra en reposo.

Han pasado muchos años desde entonces. El tiempo y la muerte han envejecido y están cansados. Mas la palabra de Dios, eterna y nueva, permanece: Todo daño que el hombre te inflija se volverá contra él. Todo bien que te haga, a él retornará.

 
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jueves, 1 de febrero de 2007
Cambios Climáticos ¿Desastre Total?
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Los niveles de CO2 en la atmósfera son los más altos en 700 mil años y muchas especies han cambiado sus patrones de conducta. (Diario La Tercera, Santiago, Chile, martes 30 de enero de 2007)
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Publicado por teresa de jesus a las 19:14 | Permalink | 0 Comentarios (¡Comenta Aquí!)